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On Earth I'm Done | Mountains by Cullberg
As human beings, we are perpetually haunted by our own implication in the nature-culture bind. Our unease is addressed downwards and upwards at the same time: to the unearthing of the ground as well as to the shrinking of the limitless sky.
In On Earth I'm Done: Mountains, van Dinther tackles the question of how to be and stay in love with our ever-changing world.
Through an expulsion of words, both familiar and foreign, the performer on stage acts as a conduit, lamenting on behalf of others. Their being unravels in the nexus between the physical, biological and anthropological - between gravitational forces, instinct and desire.
Credits
Choreography: Jefta van Dinther | Performed by: Agnieszka Sjökvist Dlugoszewska/Freddy Houndekindo/Marco da Silva Ferreira | Created with: Suelem de Oliveira da Silva | Sound design: David Kiers including specially composed music based on Window Sash Weights by Sun Kil Moon | Set design: Numen/For Use | Lighting design Jonatan Winbo | Costume: Jefta van Dinther and Suelem de Oliveira da Silva | Co-produced by: PACT Zollverein Essen, Freiburg Theater and Vitlycke – Centre for Performing Arts | Film in banner: Chimney | Other films: Team Tony, Herman Nygren and Oskar Hökerberg
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© Urban Jörén
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18.02.2023
Rosalia Gomez, Diario de Sevilla
Desaparece el individuo, nace el rebaño
Coreógrafo asociado al Cullberg (antes Cullberg Ballet), el sueco Jefta van Dinther, al que conocimos en este mismo teatro en 2015 con su obra Plateau Effect se presenta de nuevo en el Central con una oscura, compleja y grandiosa pieza de casi dos horas y media, dividida en dos partes, sobre el apocalipsis del mundo que vivimos y la hipotética creación de uno nuevo, sin duda mucho menos humano.
Desde el punto de vista formal, las dos partes son de una belleza impresionante, gracias sobre todo a una poderosísima iluminación y a un fondo sonoro que, sobre todo en la primera parte, te atrapa y no te da respiro hasta el final.
On Earth I’m Done comienza con Mountains, el primer solo de van Dinther para el Cullberg, creado en principio para la bailarina Suelem de Oliveira da Silva. En él se muestra a un individuo frente a una naturaleza incontrolable: un huracán que, desde un cielo improbable, va succionando implacablemente el último botín, los últimos despojos de un mundo vencido y sin esperanza.
Vestido con un maillot rojo, el portugués Marco da Silva Ferreira, con una enorme pértiga al principio y un movimiento continuo de contracción nos irá describiendo con la palabra -recitando y cantando decenas de adjetivos-, el mundo que ha conocido, mientras que con el cuerpo, sabiamente tamizado por la luz y por nuestro imaginario, gira, se aferra a los últimos vestigios y nos deja fugaces y simbólicas imágenes de nuestra cultura: un simio pre sapiens, un remero de galeras, Hércules, Ulises o Sísifo, el que comienza una y otra vez sus trabajos a sabiendas de su completa inutilidad. Una interpretación realmente impresionante la de da Silva Ferreira.
Al final, el hombre corre para subir a la montaña, iluminada su cara por dos focos que se cruzan en diagonal, pero el individuo no puede ya librarse de la destrucción. Por ello, en la segunda parte, desnudo en medio de un uniformado y mecánico rebaño, este no tendrá ya ninguna posibilidad.
En Islands, la pieza que cierra el díptico, el coreógrafo nos sitúa tras la lente de un microscopio para observar, en un espacio frío y gris, con una luz de laboratorio, un grupo de trece células vivas destinadas a crear un nuevo mundo.
Más fría y artificial que la primera parte, en Islands, como en cualquier fragmento de vida, sea del tipo que sea, observamos cómo las células se mueven, interactúan, se comunican entre sí, descubren con sorpresa la materia de que están hechas y evolucionan sin cesar –ahora son reptiles, ahora cuadrúpedos, ahora alcanzan la posición bípeda con un dinamismo casi violento…
El trabajo de los trece magníficos bailarines es absolutamente coral. Todos comparten el mismo tipo de movimiento, casi mecánico, y la energía que los mueve, aunque no hay unísono alguno hasta el final cuando, sentados en formación, son capaces de crear un organismo único que mueve sus manos –auténticos mudras- como una gran máquina capaz de producir… quién sabe qué.
18.02.2023
Marta Carrasco, ABC de Sevilla
La danza de la tierra que se extingue
Vuelve al teatro Central, Jefta Van Dinther, uno de los coreógrafos fijos de este coliseo quien ya eligió el teatro de la Cartuja para estrenar en España en 2014 la obra, 'Plateau effect' y luego en 2018 'Protagonist'. En este caso ha sido una marathon de Van Dinther con las dos piezas que omponen la obra titulada, 'On Earth I'm Done', compuesta por 'Mountains' estrenada en 2021 y 'Islands', realizada en 2022.
El coreógrafo sueco-holandés se pregunta en esta pieza cómo puedes estar y permanecer enamorado de nuestro mundo en constante cambio, cambios a veces nada favorecedores para la humanidad. Este coreógrafo, uno de los más galardonados de la escena europea, es capaz de crear piezas que superan lo físico y además sobrecogen.
En 'Mountains' sólo está en escena el bailarín Marco Ferreira da Silva, (la pieza fue creada para la bailarina, Suelem de Oliveira da Silva). Su trabajo durante setenta minutos es de tal minuciosidad coreográfica que impresiona. En esta pieza somos testigos mudos de cómo nace un nuevo mundo, cuando Van Dinther sitúa al bailarín al final de una gran barra que va haciendo de eje, como si creara un nuevo planeta. El bailarín se posiciona una y otra vez sobre decenas de metros de tela que a veces lo sostienen en el aire, y otras parecen huir hacia el cielo lentamente, hasta que al final terminan cerrando la escena.
En 'Mountains' oímos cómo el bailarín canta, recita, habla de un mundo que no comprende, un mundo con sus constantes cambios. Se sumerge una y otra vez en las telas en las que intenta construir su nido para sentir la frágil relación del ser humano con el mundo al que amenaza. Y todo ello en medio de un constante movimiento contenido que el bailarín realiza con precision abrumadora, sin que un instante su cuerpo deje de expresarse. En la pieza un fabuloso diseño de luces obra de Jonatan Winbo, y la música de David Kiers, electrónica y rítmica, nos ofrecen un espectáculo al que no le sobra ni uno sólo de los setenta minutos, tal es su fuerza y su desarrollo. Una pieza que fascina, por la danza y por la utilización del espacio.
Tras una pausa de veinte minutos, llega 'Islands', esta vez para trece bailarines, una obra en la que la Humanidad ya ha perdido la tierra y quiere recuperarla desde el inicio, desde el suelo, desde el interior. La vida actúa a través de las emociones, los bailarines son reptiles, insectos, plantas, ¿personas?. La luz nos sitúa una franja con ocho bailarines vestidos con mallas enterizas de color rojo. Al fondo se acercan cinco más. Están desnudos, se unen a la 'manada', se visten, pero uno queda desnudo y con su cuerpo desmadejado va recorriendo los diferentes grupos. Los intérpretes gritan palabras, se hacen preguntas sobre el ser humano, se tocan, se miran, se besan. Es la ceremonia de la confusión y de la creación.
Los trece intérpretes son excepcionales, generan un universo diferente a los actualmente conocidos, tanto coreológicamente como en lo estético. Los trece parecen tener una personalidad dancística propia, hasta que al final se unen en una pirámide en la que por fin hay acuerdo coreográfico. Nuevamente Jonatan Winbo y David Kiers son los responsables del magnífico diseño de luces y la banda sonora. Todo en esta pieza está milimetrado. Los bailarines hacen no sólo un magnífico trabajo de suelo, sino también de interpretación.
Jeftan Van Dinther confirma así su presencia en España, con el estreno nacional en Sevilla, y lo hace con dos obras que no pueden pasar desapercibidas, y que reflejan de forma perfecta la búsqueda de nuevos lenguajes para la danza iniciada por este valioso creador.
20221223
Francine van der Wiel, NRC
On Earth I’m Done: Mountains voted as second best performances of 2022 according to NRC reviewer by Francine van der Wiel:
“Uncompromising, ultra-physical solo, part of the diptych On Earth I'm Done, about the human struggle in a constantly transforming world. The amazing dancer Marco da Silva Ferreira fights but must capitulate.“
20220707
Margriet Prinssen, Theaterkrant
VERWEESDE WEZENS OP ZOEK NAAR EEN ANDERE WERELD
In On Earth I’m Done wordt het publiek meegevoerd naar een plek waar elk gevoel over ruimte en tijd is verdwenen: een scheppingsverhaal en een post-apocalyptische zoektocht naar menselijkheid.
De Zweeds-Nederlandse choreograaf Jefta van Dinther maakt hallucinante voorstellingen in een uiterst strakke vormgeving en een ultrafysieke, energieke dansstijl. Hij is een goede bekende op festival Julidans, waar eerder werk van hem te zien was waaronder As it empties out (2015), Dark Field Analysis (2018) en The Quiet (2019).
Zijn nieuwe werk On Earth I’m Done is een ‘archaïsch-futuristisch’ tweeluik dat bestaat uit de solo Mountains (2021) en Islands (2022), een groepswerk voor dertien dansers, gemaakt voor en door het Zweedse Cullberg waaraan Van Dinther al sinds 2013 is verbonden als associate artist. Bergen en Eilanden, het zijn geografische verwijzingen waarbij de kijker door landschappen vol donkere, hallucinerende beelden wordt geleid in een conceptuele voorstelling over transformatie. Waarbij de eerlijkheid gebiedt te zeggen dat het helpt dat de choreograaf in de begeleidende tekstboekjes van Cullberg tekst en uitleg geeft.
Mountains gaat over de geboorte van een nieuwe wereld, een alternatief scheppingsverhaal. In de solo van maar liefst 70 minuten zien we de danser worstelen met een schier eindeloze lap stof, die aanvankelijk op de grond ligt maar door onzichtbare krachten omhoog wordt getrokken zodat er – mede door de magische belichting – een steeds veranderend berglandschap ontstaat.
Het begint heel traag in het bijna-donker: een enkel peertje belicht een halve cirkel en opeens ontwaar je in het halve duister een op de grond zittende man. Zoals je soms niet hebt gemerkt dat het opeens donker is geworden, zo onmerkbaar is de overgang van niet zijn naar zijn. Op de grond liggen obstakels die als het licht verandert deel uit blijken te maken van een lap stof. Ook weer vanuit het niets wordt opeens een stok zichtbaar die blijkt te zijn verbonden met de stof. En geheel in tegenstelling tot de wetten van de zwaartekracht, is de lap stof niet naar beneden komen vallen, maar wordt deze door onzichtbare krachten gedreven, langzaam maar zeker naar boven getrokken: heel traag en steeds andere ‘bergen’ creërend in het landschap op de grond.
Het is een indringende solo waarin de heftig dreunende muziek, zoals altijd van Van Dinthers vaste geluidsontwerper David Kiers, bepalend is voor de transformatie die de man doormaakt: van onderzoekend naar sensueel en van agressief naar lethargisch. Uiteindelijk wordt alles, inclusief de zwarte toneelvloer, opgeslokt door het grote niets daarboven.
Mountains wordt uitgevoerd door de veelzijdige Marco da Silva Ferreira, onder meer bekend als danser bij Hofesh Shechter maar ook als winnaar van de Portugese editie van So You Think You Can Dance. Hij is overigens ook actief als choreograaf; op Julidans is zijn førm Inførms te zien in Via Injabulo.
Het tweede deel Islands gaat, aldus Van Dinther, over een wereld die niet meer bestaat, een sf-wereld of een wereld die na de Apocalyps is overgebleven. We zien voor op het podium liggend in identieke kostuums acht dansers; tegenover hen achter op het toneel vijf naakte dansers. Het lijkt aanvankelijk een strijd te worden tussen natuur en cultuur, maar al snel trekken de naakte dansers dezelfde kostuums aan, al probeert een van hen op handen en voeten te ontsnappen.
Het zijn verweesde wezens, op zoek naar iets, een andere wereld? Een manier om zich tot elkaar te verhouden? In het begin zijn ze onhandig bezig elkaar te leren kennen, ze tasten elkaar af, zoeken naar verbinding, naar hoe het voelt om elkaar vast te pakken, om te draaien. Liggend op de grond krioelen ze door elkaar, als sprinkhanen springen ze in het rond. Ze bewegen zich ergens tussen dieren, mensen en machines of robots in.
Op de altijd maar doorgaande stevig dreunende, soms dreigende score van David Kiers bewegen de fantastische dansers van Cullberg, af en toe als losse individuen, alleen tegenover een groep, vaak in tweetallen of drietallen uit elkaar vallend. Een stem leert ze het alfabet; als een schoolklasje ligt de groep op de grond, de letters herhalend. Ze ontdekken de rand van het podium, kijken zoekend om zich heen, ze lijken steeds meer te ontdekken wat ze gemeenschappelijk hebben: agressie bijvoorbeeld. Stampend en dreigend lopen ze rond, slaande bewegingen makend, alsof ze iets heel ver van zich af willen gooien.
Aan het eind, nadat de wereld even helemaal zwart is geworden, hebben ze elkaar gevonden. Ze stellen zich op in een V-formatie en herhalen dezelfde beweging telkens opnieuw, keurig synchroon. Ze zijn een machine geworden. Van Dinther wil iets zeggen over onze wereld en over wat het betekent mens te zijn in een voorstelling die intrigeert en fascineert. Het is een trip naar onbekende oorden, overrompelend en meedogenloos.
20220702
JÉRÉMY BERNÈDE, Midi Libre
Vendredi et samedi, dans le cadre du 42e festival Montpellier Danse, le chorégraphe néerlandais installé à Berlin Jefta van Dinther a donné pour la première fois en France, son diptyque "On Earth I'm Done" pour le prestigieux et exigeant ballet suédois Cullberg. Une fin du monde, la naissance d'un autre, un exploit singulier, une performance collective. Un double bang !
On Earth I'm Done. Cela a l'air simple à traduire mais cela peut tout aussi si bien signifier "Sur Terre j'ai fini" que "Sur Terre je suis fini", que "Sur Terre, j'en ai terminé", que "Sur Terre j'en ai marre", on en passe... On Earth I'm Done est ouvert à l'interprétation, et c'est précisément l'idée, s'agissant du titre de la nouvelle création du chorégraphe néérlandais installé à Berlin Jefta van Dinther pour la prestigieuse compagnie suédoise Cullberg.
Ainsi, le premier volet de ce diptyque dansé par Agnieszka Sjökvist Dlugoszewska (mais initialement créé pour et avec Suelem de Oliveira da Silva) a beau s'intituler Mountains, c'est une mer que l'on juste contempler sur le plateau du théâtre Jean-Claude Carrière. Une étendue de tissu plissé baignée de lumière bleutée que semble siphonner au moyen d'une sorte de paille géante, une femme en académique intégral pourpre comme veiné de rouge hémoglobine. Pulsation électro indus saturée, la musique de David Kiers couvre une large part de sa logorrhée, suite de mots-clés ouvrant des portes hors de notre portée, tandis que son corps est secoué de mouvements spasmodiques, en lascivité humaine et raideur robotique. Elle circule autour de son continent textile, roche, eau, peu importe, l'image est puissante et la lumière, extrêmement travaillée, ajoute encore à l'impression de contempler une installation artistique, sous influence Métal Hurlant, science-fiction psyché-éco-flippée.
Bientôt la danseuse change sa relation au centre, elle plonge dans le tissu, chercher à s'y immerger, à s'y accrocher, et la bande qui semblait tomber des cintres, de révéler sa fonction, inverse : peu à peu le tissu va disparaître par le haut, s'évaporer en somme comme le fait la Nature, d'être par trop exploitée. On avait saisi l'allégorie, la méta-très-phore Moutains va la marteler, l'asséner, longuement, lourdement, pas tant pour qu'elle "rentre" que pour que "sorte" de nous ce qu'elle traduit, qu'on vomisse le résultat. "In this world, everything is... generated, populated, vaccinated, manipulated", scande Agnieszka Sjökvist Dlugoszewska, tout en étant secouée de mouvements de plus en plus compulsifs, et désespérés. Quand l'issu ne fait plus mystère, le martellement techno indus se transforme en lamento cold wave, le geste se fait plus sobre et la scansion névrotique prend des accents mélodiques. Mélancoliques. À la fin, tout aura séché, asséché, même les larmes, et ne restera que la pierre. Trop tard pour en faire une montagne... Noir. Angoisse. Choc. Applaudissements. Entracte.
Le second volet du diptyque s'intitule Islands, "îles" donc, qu'il nous semble devoir prendre ici dans leur sens métaphorique : ces fractions de terres isolées sont pour l'Homme qui s'y installe, des potentiels d'utopies. Et puisqu'il vient après Mountains, après l'effondrement, mettons qu'on soit ailleurs. Non plus dans l'allégorie mais dans le récit. De science-fiction encore, mais ailleurs. Sur une autre planète donc, dans un lointain futur, à l'aube d'un jour nouveau. Le plateau est un rectangle gris immaculé, et la lumière, encore une fois sophistiquée, diffuse une étrange clarté, laiteuse et duveteuse. La plupart des douze danseurs qui s'y trouvent portent un même académique intégral violet dont le design accentue les articulations, mais une poignée est nue comme au premier jour. Sont-ils humanoïdes, animaux ou aliens ? Ils évoluent en tout cas au ras du sol, et leurs gestes, comme leurs mouvements, encore maladroits, semblent appartenir aux trois.
Ainsi, avec une ambition kubrickienne, Jefta van Dinther semble vouloir rien moins que mettre en scène, et chorégraphier, la naissance d'une humanité nouvelle. Bientôt à force de les frôler; comme réplication cellulaire, les dénudés vont rejoindre les vêtus. Un dernier semble résister ? Ausculté, détaillé, différencié, comme un corps étranger, il sera phagocyté par la meute... Un semblant d'organisation se devine dans des mouvements communs quoique désordonnés. La haute précision du chaos primal, si l'on ose dire, produit par la compagnie Cullberg est de ce point de vue, une source d'admiration de tous les instants. Bientôt des phonèmes se font entendre, amorces d'un langage encore embryonnaire. Dans le groupe, les interactions vont en se multipliant, les mouvements de bras, lâchés, bloqués, sont étourdissants. Et la fréquence du beat de la musique électronique, toujours œuvre de David Kiers, d'augmenter à mesure qu'ils progressent... jusqu'à la station debout. Après ce qu'il semble une évocation de la chasse et du bivouac, leurs évolutions se départissent de leur anarchie sauvage sans rien perdre de leur beauté plastique. Les voila tous assis en tailleur, chacun occupé à son soliloque gestuel, mais, le public mutéé exo-ethnologue le voit bien, leurs mouvements de bras, signes, vifs, techniques, partagent le même vocabulaire, visent la même éloquence. Sans qu'on sache à quel moment, la musique a perdu tout aspect bizarre, étranger, pour devenir grisante, euphorisante. L'issu d'Islands, miroir inversé de celle de Moutains, est alors évidente : l'harmonie. À peine les mouvements des douze danseurs, toujours assis, atteignent l'unisson, tchac ! Noir. Allégresse. Choc. Applaudissements.
On Earth I'm Done. Sur Terre, c'en est terminé. Par la grâce féroce et virtuose de la compagnie Cullberg, et la chorégraphie métaphysique de Jefta van Dinther, on va garder deux fameux souvenirs du futur. Double bang.
20220702
GERARD MAYEN, Toute La Culture
En une même soirée, le chorégraphe est capable de ressusciter Sisyphe au temps présent et d’engluer le fameux Ballet Cullberg dans le kitsch
Jefta van Dinther est un chorégraphe des grandes traversées. Il est capable de donner à ressentir les convulsions de matières qui s’éprouvent dans la dépense de soi sans limites au fil des bacchanales du noctambulisme électronique. Dans la soirée On Earth I’m Done, programmée en première en France par le festival Montpellier danse, cela s’illustre en deux parties, d’abord Mountains, puis Islands après entracte (pour finir vers les 23h30).
En termes d’approche du corps, la proximité paraît évidente entre ces deux pièces. Or on peine à croire qu’il s’agisse du même auteur, quant à leur portée dramaturgique. Mountains d’abord est un long solo interprété – dansé, parlé et surtout chanté – à Montpellier par Agnieska Sjökvist Diugoszewska (la pièce pouvant être confiée à d’autres interprètes, selon ses occurrences diverses). Bien capricieusement, Google aura refusé de nous donner accès au moindre renseignement sur cette personnalité tout de même éclatante.
Dans une combinaison très gainée, elle semble flotter par moment dans les termes de genre. Elle rayonne en tout cas avec une puissance impressionnante, tout du long d’un marathon de l’exténuation, à quoi tourne son solo. Sa danse est extrêmement compacte, resserrée dans une intrication des registres toniques et phasiques ; pareillement du gravitaire et du rhétorique. D’où une force perforant sur place, par quelque obstination démoniaque, mais aussi une explosion incessante de l’expressivité gestuelle ; à l’extrême opposé d’une abstraction conceptuelle.
Agnieska Sjökvist Diugoszewska chante aussi, et parle, dans la même gamme, sur de grands souffles sombres, graves, de tonalité d’orgue contemporaine. Moutains pourrait s’afficher tout autant comme concert. Tout de cette performance renvoie à un imaginaire – voir une imagerie, mais on assume d’y être sensible – de quelques grands et vieux mythes nordiques, scandinaves pourquoi pas, surgis de loin dans l’espace et le temp de l’heroïc fantasy, pour percuter les cerveaux de maintenant.
Et c’est le moment de préciser que le chorégraphe Jefta van Dinther se partage entre Berlin, capitale des nuits européennes, et Stockholm, où il est artiste associé de la compagnie Cullberg. Notons qu’il ne faut plus dire Ballet Cullberg. L’ensemble actuel a été totalement remanié, travaille exclusivement avec des chorégraphes invités associés (dont la très exploratrice Deborah Hay) ; cela n’a plus rien à voir avec l’héritage moderne et/ou néo-classique, de Birgit Cullberg dans les années 60 et 70, ou ensuite Mats Ek et la danseuse étoile Ana Laguna. C’est même embarrassant que ce nom soit maintenu à l’affiche, en tout cas source de malentendu, car cela continue d’attirer tout un pulic peu informé, qui a de quoi se sentir abusé, légitimement, au moment de découvrir sur scènes les pièces d’aujourd’hui, sans rapport.
Jefta van Dinther convoque sur scène des éclairages, des effets diffractés, et déclenche des atmosphères oniriques urbaines contemporaines. Dans Mountains, Agnieska Sjökvist Diugoszewska évolue dans un clair-obscur de vapeurs, sur un tissu répandu en abondance au sol. Elle manipule une longue perche métallique, dont le tranchant rectiligne et la matière brillante contraste virulemment sur l’informel des amas de toile. Cette toile est redressé par l’une de ses extrémités tout à la verticale au contraire, dans une échappée aux cintres, zone céleste mystérieuse que le regard de la spectatrice, du spectateur, ne peut atteindre.
Finalement très simple, une machinerie aspire lentement vers ces sommets, la totalité de ce tissu déroulé, dont la longueur doit s’évaluer, semble-t-il en centaines et centaines de mètres. Il faut beaucoup de patience, voire de résistance nerveuse, à la spectatrice, au spectateur, tant qu’il semble que toute l’action de la pièce doive se résumer à cela, cette traction automatique du tissu, et alors s’éterniser de manière interminable pour en venir à bout.
Ce principe de résistance de l’attention tenue en haleine est soudain brisé lorsque l’interprète en vient à se prendre dans des nœuds emmêlés du tissu, et par là emportée elle aussi en ascension hors sol. Plus tard, cette allégorie d’un rapport généralisé à la matière la verra au bord de la copulation avec cette matière, essentiellement amorphe, et pourtant animée, qu’est ce tissu plus ou moins déployé, où elle se laisse traîner en jubilation.
Quand enfin semble sur le point de se terminer le rembobinage géant, tandis que l’artiste poursuit obstinément le labour de sa danse et son chant, la voici immergée dans des arasements lumineux qui l’enveloppent, tendent à la masquer. Quelque chose se poursuit, à quoi on ne s’attendait pas et qu’on n’identifie guère. C’est à présent tout le propre tapis de sol, la métaphore de l’appui terrestre, qui se trouve à son tour aspiré vers les hauteurs. Certes grandiloquent, ce sursaut scénographique appuie la sensation que Jefta van Dinther a voulu réveiller Sisyphe, provoquer des sursauts de défi titanesque, à la hauteur de ce qui est en train d’écraser le monde. On en est tout autant sonné que soulevé.
En deuxième partie, Islands redistribue à douze danseurs de la compagnie, rampant au sol, le même tyê d’énergie organique. Mais voici qu’elle n’en finit plus de dégouliner dans une inconsistance dramaturgique, laissant la porte ouverte à des égarements kitchs, tandis que l’énergie de la danse s’épuise à vouloir singer celle de la musique. Toujours se méfier des effets d’effet.
2022.01.24
Verena Franke, Wiener Zeitung
Mensch, Teufel oder Gottheit?
Weißer Stoff ist auf der sonst in Schwarz gehüllten Bühne so drapiert, dass er mit einem kleinen Licht angeleuchtet einer enormen Bergkette gleicht. In Miniatur natürlich. Aus dem Dunkel schält sich nach und nach ein Performer (Freddy Houndekindo) heraus - mit einem roten Ganzkörperanzug bekleidet. Manchmal diabolisch wirkt er auf einen langen Stock ein, den er als Ruder, langen Hebel oder Mikrofon benutzt, um den Bergen etwas - für den Zuschauer Unverständliches - zuzuflüstern oder zuzusingen.
Im Lauf der Performance "On Earth I’m Done: Mountains", die am Wochenende im Tanzquartier Wien Premiere hatte, wird Houndekindo diese Berge aus Stoff noch in Besitz nehmen, sie malträtieren aber auch liebkosen, oder auch benützen, um Jefta van Dinthers Choreografie ins rechte Licht zu rücken. Houndekindo ist alles in einer Person: die Menschheit, der Teufel und vielleicht eine Gottheit der Berge. Die Inszenierung des Choreografen der renommierten Cullberg-Kompagnie lässt Figuren, Bilder und Assoziationen frei entfalten, und fordert diese ein, um sie zu der Kernaussage des Stücks zu leiten: eine Auseinandersetzung über das komplexe Verhältnis von Mensch und Natur, von Natur und Kultur.
Beeindruckt verlässt man die Halle G. Der zweite Teil des "On Earth I’m Done"-Diptychon von Jefta van Dinther mit dem Titel "Islands" wird heuer im Herbst im Tanzquartier zu sehen sein.
2022.01.23
Astrid Wagner, tqw.at
Fast-Forward-Flashback
Graue Schwaden hängen über der Tribüne. Ein schönes Publikum sitzt im nebligen Nebel. Ein Stern am Horizont, weißer Stoff in der Dunkelheit auf einem schwarzen, samtig weichen Boden. Downbeat-Bass und Miniberge. Der Stern ist ein Irrlicht. Trap-Beat. Eine Stange. Ein Solotänzer als laserartig rot wogende Materie im körperbetonten Ganzkörper-Jumpsuit-Overall-Langarm-Bodysuit-Modern-Dance-Catsuit, atmungsaktiv für Sport, Training und Fitness. Special-Edition-Turnschuhe. Der Tänzer hält das Ende der sehr langen Stange. Er singt in das schimmernde Metall. Er singt in die Stange hinein und beginnt einen Experimental-Pop-Jäger-Stangen-Tanz. The Carrier Bag Theory of Fiction von Ursula K. le Guin beschreibt, dass vor dem Werkzeug, das Energie nach außen drückt – den Stöcken, Schwertern und den langen, harten, tödlichen Werkzeugen des Helden – unsere Vorfahr*innen Werkzeuge erfunden haben, die Energie nach Hause bringen. Behältnisse wie zum Beispiel Beutel, Netze, Bündel oder Taschen sind in der Carrier-Bag-Theory die wichtigsten Erfindungen der Menschheitsgeschichte. Zurück zum Poledance: Eine Mühle mahlt, man rudert das Boot. Der Tänzer spielt als Herr des Stabes verschiedene Arten von Arbeit und Hierarchien durch. Gefangen in Geschichte und Erinnerung bewegt sich die Heldenfigur artifiziell in einer Dauerschleife bedrückender Bilder; Computed Moves, konzentrische Kreise, gefolgt von einer Ein-Mann-Orgie und der Imitation eines Raubtiers auf allen vieren. Wenn das Publikum ein Körper mit einem Gehirn wäre, dann würde ich wahrscheinlich gerade einen kollektiven Flashback erleben, eine Reizüberflutung, bei der Erinnerungen als Folge der mangelnden Verarbeitung durch das Gehirn als Intrusionen zurückkommen. Ich beobachte den Tänzer bei seinen unzähligen Versuchen, etwas zurückzulassen, in einem albtraumhaften Auf-der-Stelle-Treten. Ohne Atempause gibt es kein Entkommen. Absent Pleasure und Minimal-Club-Bässe, Zeitlupentänze. Das Kostüm wird zu einer Haut als Zwangsjacke. Ein Bild überlagert das andere, dröhnender Ton, kontinuierlicher Klang, andauerndes Geräusch. Der Tänzer beginnt, sich im weißen Bühnenstoff zu verwickeln. Reglos hängt er im Bühnenbild fest, das weiße Tuch wird zum Märtyrer-Lendenschurz. Bühne frisst Tänzer. No way out. Ausgestreckt in weißem Tuch, in einer schleifenden Hängematte auf schwarzem, weichem Teppich befreit sich dieser Mensch, um wieder als Slow-Motion-Running-Man auf der Stelle zu gehen. In der samtenen Blackbox singt er „I love you all“ und wandert langsam als Silhouette in einem walkeresken Scherenschnitt um einen Berg. Ich atme und denke: Dear Mountain, I am far from done with this earth.
22.01.2022
Ditta Rudle, Tanzschrift
Tanz ist immer auch Arbeit
Jefta van Dinther, Choreograf und Tänzer, geboren in den Niederlanden, aufgewachsen in Schweden, ist längst ein Star der internationalen Tanzszene, auch im Tanzquartier werden seine meist düsteren und rätselhaften Choreografien jubelnd beklatscht. Trotz der Corona-Beschränkungen war die Premiere seiner jüngsten Arbeit – „On Earth I’m Done: Mountains“ – am 21.1. im Tanzquartier nahezu ausverkauft. Mit dem Cullberg-Tänzer Freddy Houndekindo hat van Dinther ein Solo erarbeitet, in dem optische, akustische und kinästhetische Effekte zu einer Einheit werden.
Die Bühne ist dunkel, ein einzelnes kleines Licht blinkt im Hintergrund, erst allmählich schält sich eine Landschaft aus gefalteten Stoffbahnen heraus, es ist Jänner, es könnten Hügel und Täler im Schnee sein. Es könnte aber auch das Meer sein, das der Tänzer, der anfangs schemenhaft am Rand erscheint, mit einem langen Stab durchpflügt, oder durchpflügen möchten, denn er kommt nicht weiter. Dieses schwere Rohr wird zum Mikrophon, wenn Houndekindo singt und spricht. Ob er ein Mensch ist? Der kräftige Körper steckt in einem roten Ganzkörpertrikot mit dunklen Flecken. Die Figur, die mit der Materie kämpft, könnte auch ein Teufel sein oder ein wildes Tier, jedenfalls ein Lebewesen, das aus der Zeit, aus unserer Zeit, gefallen ist. Glücklich ist diese Erscheinung nicht, schließlich sagt der Titel des Stückes bereits, worum es geht: „Ich bin fertig mit der Erde“. Am liebsten würde er auf einen Berg steigen, dort würde er sicher sein.
Nicht nur die Materie, das Material auf der Bühne spielt bei Jefta van Dinther immer eine wichtige Rolle, auch die Zeit. Diesmal läuft sie ab, der Beginn der Stoffbahnen erhebt sich in den Bühnenhimmel und wird von einer unsichtbaren Norne bedächtig, aber stetig aufgewickelt. Wütend und verzeifelt ersucht der Tänzer, die Auflösung der Landschaft zu bremsen, wickelt sich in die Stoffbahnen, benutzt sie als Hängematte oder schwebt kopfüber an der als umgekehrte Sanduhr aufwärtsrieselnden, einer Flamme gleich lodernden Stoffbahnt – es nützt nichts, die Landschaft verschwindet. Als Zuschauerin weiß man, wenn die Zeit abgelaufen ist: der Tanz unter dem Vulkan zu unheimlichen Klängen aus der Tiefe (David Kiers) dauert 70 Minuten. Dann ist die Erde geschmolzen. Doch van Dinther entlässt sein Publikum nicht ohne Hoffnung: Ein Berg erhebt sich, wächst bis in den Himmel, verdeckt das gleißende Lichtauge, der Tänzer wird von der Dunkelheit verschluckt.
Houndekindo, geboren 1991 in Frankreich, hat als Streetdancer begonnen und dann sämtliche Tanzstile studiert. Seit Herbst 2018 ist der Mitglied des Cullberg-Ensembles, bei dem van Dinther als Hauschoreograf arbeitet. Der Tänzer ist die gesamten 70 Minuten lang in Bewegung, arbeitet vor allem mit dem Rumpf und den Armen, mit den Füßen ist er fest im Boden verankert, manchmal, wenn er davon spricht, wie schön und tröstlich die Erde (die Natur) sein kann, gleitet er auch ruhig dahin, entspannt wie ein Eistänzer. Ursprünglich hat Choreograf van Dinther das Solo mit der Tänzerin Agnieszka Sjökvist Dlugoszewska einstudiert, bald stellte sich heraus, dass die Körperarbeit auf die Dauer zu anstrengend wurde und die Tänzerin mit den Vorstellungen im Land und den Tourneen überfordert war, deshalb hat van Dinther seine Choreografie auch mit Houndekindo und dem Gasttänzer Marco da Silva Ferreira einstudiert. „On Earth I’m Done: Mountains“ ist der erste Teil eines Diptychons, in dessen zweitem Teil, mit 13 Tänzerinnen einstudiert, Inseln als Rettungsmöglichkeit präsentiert werden. Im Mai 2022 soll die Premiere im Tanzhaus von Stockholm sein, im kommenden Herbst kommt Jefta van Dinther mit dem Cullberg Ballet ins Tanzquartier, um „On Earth I’m Done: Islands“ zu zeigen.
Van Dinther ist der Sohn eines Missionarpaares und hat einen Hang zu Übersinnlichem, Tiefsinnigem, Spirituellem, Undefinierbarem und Geheimnisvollem. Dennoch drückt er sich klar und deutlich aus, arbeitet mit realen Körpern und stattet die Bühne meist mit Material und Arbeitsgeräten aus. Seine Geschichten spielen außerhalb unserer Zeit und unseres Raumes, und wie sie zu deuten sind, kann jede / jeder beantworten. Doch geht es auch in der aktuellen Choreografie weder um den Klimawandel noch um Genderfragen, und schon gar nicht um die Pandemie. Aus den Wortfetzen, die trotz Houndekindos Gesang und das Gesagtem übertönenden Tonkulisse zu verstehen sind, geht hervor, dass es um die Dichotomie von Natur und Kultur (Zivilisation) geht, und um eine Lösung, wie wir Menschen in Zukunft leben sollen, wenn die Natur, die lebensnotwendig ist, verschwindet. Die Antwort, die van Dinther und der Tänzer geben, besteht aus Romantik und Poesie, aus Dunkelheit und buntem Licht, aus einer authentischen Choreografie, die zum Träumen und Denken anregt.
20220123
Helmut Ploebst, Der Standard
Berge und Propheten
Felsformationen werden aufgefaltet, weil sich Landmassen ineinanderschieben. Oder sie bauen sich aus Lava auf. Der Mythos, Berge würden Beständigkeit repräsentieren, ist dem anthropozentrischen Tunnelblick auf die Zeit geschuldet. In Wirklichkeit lässt Erosion ganze Gebirge wieder verschwinden oder bringt andere erst noch zum Vorschein.
Aus Mythen über die Natur hat der aus den Niederlanden stammende, heute in Berlin und Stockholm tätige Choreograf Jefta van Dinther ein Tanz-Diptychon mit dem Titel On Earth I’m Done geschaffen. Dessen erster Teil, ein mit Mountains untertiteltes Solo, war gerade im Tanzquartier Wien zu sehen. Dort wird später in diesem Jahr auch Teil zwei, das Gruppenstück Islands, präsentiert.
Für Mountains, eine hellsichtige Reflexion über das Verhältnis zwischen Natur und menschlichem Kulturmystizismus, findet van Dinther so starke und einprägsame Bilder, wie man sie auch von seinen früheren Werken, darunter Grind, Plateau Effect oder Dark Field Analysis kennt. Schon bisher hat der 41-Jährige immer wieder neue Metaphern dafür gefunden, wie wir beim Umgang mit uns und allem um uns herum im Dunkeln tappen.
Ausgelieferter Mensch. Auf der Bühne ist diesmal eine lange Stoffbahn so ausgelegt, dass sie eine landschaftsähnliche Struktur bildet. Ein Ende dieses Streifens führt nach oben in den "Himmel". Ein Mann in enganliegendem, rotem Overall – der Franzose Freddy Houndekindo – taucht auf und hält sich ein einem Didgeridoo ähnelndes Rohr vor den Mund, dessen anderes Ende in den Stoff sticht und in das er erst unverständliche, dann anklagende Worte brabbelt.
Bald zeigt sich, dass die Landschaft verschwindet, weil die Stoffbahn kontinuierlich nach oben ins Unbekannte gezogen wird. Houndekindo – als "der Mensch" stets für sich allein – ist diesem Prozess ausgeliefert. Für van Dinther ist der Mensch allerdings nicht nur maskulin. Daher bietet er zwei Versionen dieser Soloarbeit an: Das Tanzquartier hat sich für die männliche entschieden, die weibliche wird von Agnieszka Sjökvist Dlugoszewska getanzt.
Für den zweiten Teil – Islands – von On Earth I’m Done reist van Dinther im Herbst mit 13 Tänzerinnen und Tänzern der Stockholmer Company Cullberg an. Darin führt er seine Auseinandersetzung mit der Untrennbarkeit von Natur und Kultur unter dem Vorzeichen menschlicher Gemeinschaftlichkeit fort.
20211221
Andrej Mirčev, Tanzschreiber
Rätselhafte Topografien des Jenseits
Nach der Weltpremiere im Mai 2021 in Stockholm war das Tanzprojekt „On Earth I´m Done: Mountains“ von Jefta van Dinther und Cullberg vom 15. bis 18. Dezember 2021 im HAU2 zu sehen. In der Form eines Tanzsolos thematisiert die Choreografie die komplexe Beziehung von Natur und Kultur. Im Fokus stehen die Herausforderungen des Transhumanismus und der Technologie sowie die Möglichkeit der spirituellen Neudefinition und Neuorientierung der Menschheit an einem Ort jenseits der bekannten Realität.
Man sitzt vor einem halbdunklen Bühnenraum (Bühnenbild: Numen / For Use), der mit einem großen weißen Stoff ausgestattet ist, welcher quer über den Boden verteilt ist. Aus einer Lichtquelle am hinteren Ende der Bühne strahlt buntes Licht in Richtung des Publikums und vermischt sich mit langsam dichter werdendem, künstlichem Nebel. Dadurch entsteht das vage Bild einer schneebedeckten Landschaft, die sich irgendwo am Ende der Erde und am Rande der Zeit ausgebreitet hat. Die technoartige Geräuschkulisse (Komponist: David Kiers), welche die akustische Resonanz der Aufführung bestimmt, untermalt mit dröhnenden und rauschhaften Sounds den Eindruck dieser künstlichen Bühnenwelt auf suggestive Weise.
Nach etwa fünf Minuten erkennt man im Dunkeln die Umrisse eines Körpers, der einen langen Stock in den Händen hält und sich langsam auf die Stoffbahnen zubewegt. Der Tänzer (Marco da Silva Ferreira) trägt ein rotes, hautenges Kostüm, das an Kompressionskleidung für Sportler*innen erinnert und die Anatomie des Körpers sichtbar macht. Seine Handlungen fokussieren sich zuerst auf den langen Stock, den er als Ruder, Mikrofon oder langen Hebel benutzt und mit dem er langsam die Bühne umkreist. Der tanzende Körper befindet sich im Zustand einer ruhelosen Bewegung, die unterschiedliche Figuren, Bilder und Assoziationen entfaltet. Er/es könnte ein Roboter, ein Athlet, ein Sänger, ein Monster oder auch ein Raubtier aus dem Urwald sein. Aufgrund der Mehrdeutigkeit und Rätselhaftigkeit der Gestalten, ist man als Zuschauer*in aufgefordert, eine interpretative Arbeit zu leisten.
Die turbulente Transformation des Körpers wird durch die Kinetik des Bühnenbilds intensiviert, die sich, ähnlich wie der Tänzer, permanent verändern wird. Die Stoffbahnen sind nämlich an einem Seil befestigt und werden langsam in die Höhe gezogen, wodurch eine vertikale Bewegungsachse erzeugt wird. Die Konsequenz dieses Vorgangs ist das Verschwinden der Berglandschaft und das Entstehen neuer Bildräume, in denen sich der Tänzer wie in einem Zelt oder einer Schutzhülle kurzfristig verbergen kann. Das meditative Entweichen des Stoffs steht jedoch im starken Kontrast zu dem hektischen Tanz und der dröhnenden Musik. Zum vollen Ausdruck kommt die performative Wirkung des Bühnenbilds im Epilog der Aufführung. Nachdem der Stoff völlig entschwunden ist und die Bühne in vollständiger Dunkelheit eingetaucht wird, erhebt sich nun auch der schwarze Boden. Es entsteht somit der Umriss eines großen Dreiecks, der einen Berggipfel darstellt und die metaphysisch-spirituelle Transformation der Form veranschaulicht.
Wie man im Pressematerial lesen kann, nimmt „On Earth I´m done: Mountains“ das Publikum „mit an einen Ort außerhalb des konventionellen Raum-Zeit Kontinuums. Berge stehen für Dauerhaftigkeit und Stabilität und werden als Tor zur Transzendenz betrachtet. Als Menschen werden wir beständig von unserer eigenen Verflechtung in das Spannungsverhältnis von Natur und Kultur heimgesucht.“ Das Spannungsverhältnis von Natur und Kultur zeigt sich prägnant in jenen choreografischen Konstellationen, in denen das eindeutige Körperbild transfiguriert wird und der Tänzer unterschiedliche Wesensarten verkörpert, die zwischen animalischen, transhumanen und monströsen Gestalten wechseln. Ein konzeptueller Ausganspunkt ist der Gegensatz von virtueller und analoger Realität. Gegen Ende der Aufführung hört man einen Text, der wiederholt in die Geräuschkulisse eingemischt ist: „Everything in this world is augmented, virtual, generated, populated, manipulated, vaccinated, monetized, corrupt …“. Die verschwindende Landschaft der weißen Berge könnte daher auf die Verdrängung der Natur verweisen, auf das digitale Weltbild, in dem Körper in technologische Prothesen und vernetze Avatare verwandelt werden.
Die Sehnsucht nach Transzendenz markiert dagegen die Ausrichtung ins Innere, in ein unbekanntes und unerforschtes Territorium. In einem Interview, in dem van Dinther über „Mountains“ reflektiert, bemerkt er: „Venturing into that which is unknown and hidden has always been compelling to me. With this I mean the investigation and transformation into other forms of life, into beings that are not of my kind but with which I still feel a kinship. And more importantly, into these territories inside of us that we know less about, that remain mysterious to or hidden from us – instinct, desire, belief, belonging.” Als Versinnbildlichung dieses verborgenen und imaginären Raums am Rande der Sichtbarkeit entfaltet „Mountains“ eine atmosphärische Schattenwelt, in der anorganische und organische Materie zu einer Mischform zusammenwachsen, die gleichzeitig das Denken anregt und emotionale Wirkung generiert.
Das Projekt, wie Dinther es selbst beschreibt, ist eine „archaisch-futuristische“ Choreografie, die sich gleichzeitig mit der Urgeschichte wie auch mit der Endzeit auseinandersetzt. Das bestimmende Element ist die szenografische Struktur, mit der eine elaborierte Raumdramaturgie hervorgebracht wird, die das choreografische Konzept in einer sinnlich-symbolischen Geografie verortet. Zudem ermöglich das Bühnenbild das Zusammenspiel von Körper und Raum, welches besonders gut zum Ausdruck kommt in jener Szene, in welcher der Tänzer sich in den Stoff einwickelt und in die Luft gehoben wird. Der levitierende Körper und die vertikale Bewegung suggerieren eine spirituelle Topografie, in der die verlorene Verbindung zwischen Geist und Materie, Kultur und Natur imaginativ hergestellt werden kann. Wo sich dieser Ort genau befindet und ob es eine Utopie oder Dystopie, archaische Vergangenheit oder visionäre Zukunft ist, muss jede*r Zuschauer*in für sich selber entscheiden.
20211111
Margareta Sörensson, Expressen
Frågan är vad vi ska göra med våra ensamma liv
Sakta, så sakta, att rörelsen knappt syns, vecklar ett skulpturalt och mångtydigt verk upp sig på Dansens hus i Stockholm. Jefta van Dinthers ”On earth I’m done: Mountains” landar tungt i sinnet. En ensam dansare på en yta av många, många meter ringlat, uthällt tyg rör sig långsamt med en lång stör, som om han stakar sig fram i tungt vatten. En tunn ände av tyget vindas upp i scenens tågvind, men det tar en bra stund av det drygt timslånga verket innan det syns att det alls sker.
Tyget är gråvitt, starkt belyst i sin lyfta del, dansaren – denna afton Freddy Houndekindo – har lysande orange-röd kroppsstrumpa. Ljusdesignen av Jonatan Winbo och scenografin av Numen/For Use är sammanlödda med helheten till ljusdunkel, gnister och ett glödande klot i fjärran. Musiken av David Kiers som kommen från rymden, eller från ett mänskligt inre? När jag väl inser att allt jag ser kommer att försvinna, börjar tolkningsmöjligheterna att dugga tätare in i tanken.
Verkets titel hjälper till: att ha fått nog av jordelivet. Som individ, som art, som planet? Den ensamma människan och det som ser ut som vidder och berg i upplösning leder först tanken till den förstörelse som mänskligheten utsätter vår planet för. Samtidigt är bilden långt mer poetisk och abstrakt, inget som ”handlar om” klimatet.
Som tidigare i van Dinthers verk, som ”Grind” eller ”Dark field analysis”, kan den rörliga bilden också avläsas moralfilosofiskt eller existentiellt. Livet vi lever, ensamma eller i delad ensamhet, vad gör vi med det? Hur tar vi oss fram, hur väljer vi väg?
Det är en stor, oavvislig, rörlig, vacker, tänkvärd bild i slowmotion. Till slut drar det upplindade tyget med sig golvet under. Det växer till ett mörkt berg som ser ut att räcka till himlen. Berg sjunken, djup stån upp. Det är lyriskt, uppfordrande och mänskligt; dansaren som en symbol, en rörelsekonstnär som ensam får allt att röra sig tills han själv också är borta och allt blir stilla.
20210520
Anna Ångström, Svenska Dagbladet
Superhjältens bön får hjärtat att klappa
Jefta van Dinther och dansaren Suelem de Oliveira da Silva tar oss med på en resa ut i det okända inre - en skapelseberättelse som bedövar, fångar och fascinerar. Salongsljuset släcks och plötsligt befinner man sig i ett ödsligt landskap, knappt belyst av en avlägsen, låg ljuskälla. En dovt dunkande rytm får hjärtat att klappa i takt. Det här är så live det kan bli!
När Cullbergs associerade koreograf Jefta van Dinther har försenad premiär på Dansens hus stora scen med ett nytt soloverk, som förhoppningsvis ska turnera i höst, är vi bara åtta i salongen. Smygpremiären för pressen är på dagen sex månader efter att jag såg Virpi Pahkinens Black rainbow i november, också det något av en hemlig seans för några få inbjudna åskådare.
Mountains är första delen i en diptyk med överrubriken On earth I'm done och ska i vår följas av Islands för 13 av Cullbergs dansare. Att se solot - framfört av den medskapande dansaren Suelem de Oliveira da Silva, med rötter i Brasilien - är en rent fysisk upplevelse, förstärkt av ljudet (designat av van Dinthers återkommande samarbetspartner David Kiers), ljuset och ett rum dominerat av ett 500 meter långt tygsjok. Det ligger utspritt över golvet och rör sig i en slinga ner från tågvinden.
Tygformen liknar en moderkaka med navelsträngen upp mot himlen, ett upp och ned-vänt atombombsmoln eller en öken. Jefta van Dinther har ju en enastående förmåga att använda sig av objekt som blir associativa, rörliga kroppar i koreografierna, som det stora seglet i Plateau effect eller nystanet av svarta sladdar i det omskakande solot Grind.
Här, i denna retrofuturistiska värld, är det Suelem de Oliveira da Silva som ömsom betvingar, ömsom betvingas eller påverkas av tygsjokets massa. I sin röda, kroppsnära dräkt framträder hon som en superhjälte från någon science fiction-film, men kroppen utför ett ritualiserat arbete. Med hjälp av en lång rörformad stång, som också är verktyg, instrument och mikrofon, söker hon blåsa liv i den döda materien. Rörelserna är ryckiga och repetitiva, sången svår att uppfatta i den starkt pulserande, ekande musiken. Men ljuset börjar glöda.
Dansare och koreograf har uppenbarligen inspirerat varandra till något som liknar en ritual, eller en bön för en jord som hotar att gå under. Här finns spår av mycket: populärkultur, rörelser från hiphop och krumping, dystopier och människans strävan att omskapa den natur hon är del av. Mountains är ett slags skapelseberättelse där kropp och tyg får symbolisera både motstånd och uppgående i något större.
Suelem de Oliveira da Silva är ett spännande kraftfält, cirklande runt och i tyglandskapet. Bålen är mjuk, händerna smeker sköte och hud innanför trikån. I ena stunden tycks denna varelse befinna sig på ett dansgolv i laddad vogue, i nästa är hon mer aggressiv och mot slutet snärjs hon av tyget, blir hängande men gör sig fri - och vågar vila i dess famn. Insprängda textpartier är ramsor om en manipulerad värld där det artificiellt reproducerade tar över, allt förgiftas. Orden dränks dock i ljudeffekterna - kanske med mening.
Till sist hörs en spröd melodi och dansaren vandrar mot titelns berg, som tornar upp sig över scenen. Mountains är obeveklig till sin form. Utan att gestalta något konkret gripbart avlyssnar verket drifter, längtan, skräck och aningar som vibrerar under ytan hos homo sapiens - vår sköra relation till en omvärld som ständigt riskerar att glida oss ur händerna.
Det är en resa ut i det okända inre - på jakt efter en (andlig) kärna - som bedövar, fångar och fascinerar. Drygt en timmes solodans är rejält långt, men här blir tiden också medspelare i ett förlopp där varje förskjutning och förändring skärper uppmärksamheten.
20210520
Maina Arvas, Dagens Nyheter
Cullbergbalettens nya fyller en ensam dansare upp hela scenen
”Mountains” är Jefta van Dinthers första solo för Cullbergbaletten. Det är en mäktig gestaltning av en mångskiftande och splittrad värld, skriver Maina Arvas.
En stark ljuspunkt bländar vid kanten av scengolvet, som en soluppgång över en mörk planet. En pulserande rytm dunkar. Anslaget påminner om en rymdfilm, och i det knöliga planetlandskapet ingår svagt upplysta konturer av de tomma stolsraderna framför min. Vi är bara åtta i stora scenens salong, ”Mountains” med Cullberg är Dansens hus första föreställning inför publik på över ett halvår och urpremiären har skjutits upp flera gånger.
Jefta van Dinther har i flera verk strävat efter att skapa ett enda rum-kropp-ljus-ljud-landskap som omsluter dansare och publik i ett närmast meditativt tillstånd. Rörelserna är som vågor i rummet, publiken måste bestämma sig för att surfa med. Så även här, i första delen av ”On Earth I’m done”, en dansdiptyk vars fortsättning ”Islands” får premiär nästa vår.
I ”Plateau effect” från 2013 ingick ett tyg som ett enormt, svällande segel och i ”The quiet” 2019 blev en tältduk till ett membran mellan fantasi och verklighet. Även här spelar ett textilt element en viktig roll, denna gång i scenografi kollektivet Numen/For Use.
Den knöliga ytan på scenen visar sig vara en enorm tygmassa som väller över golvet och ringlar sig vridande mot ovan – som en navelsträng, en förbindelse med en annan värld. Befinner vi oss på jorden, eller har vi lämnat eller utplånat den? Något ödesmättat andas i både David Kiers musik och Jonatan Winbos ljus.
En ensam dansare rör sig i den stora rymden kring och på tyget. ”Mountains” är van Dinthers första solo för Cullberg, skapat i samarbete med dansaren Suelem de Oliveira da Silva.
Och hon har verkligen inga problem med att själv fylla stora scenen. Med en fascinerande blandning av mjukhet och styrka både kontrollerar och följer hon med sin egen kropp. En poetisk medvetandeström uttalas med förvrängd dubbelröst, knappt urskiljbara ord om en mångskiftande, splittrad värld.
Som i flera av van Dinthers verk känns det som att delta i en ritual, en mystisk ceremoni kring mänskligheten, naturen och världen. Som i till exempel ”The quiet”, vacker men som jag då upplevde som något innesluten i sig själv. Här lyckas de Oliveira da Silva rikta sig både inåt och utåt. Till och med när hon bokstavligt kryper in i sig själv: under några ögonblick drar hon in armarna innanför ett lager i sin mörkröda helkroppsdräkt, och nya suggestiva former uppstår.
Hon dansar på en gång som i andligt sökande och som på ett klubbgolv, om det nu egentligen är någon skillnad, och hennes starka närvaro skapar gemenskap och förhöjning. En mäktig gestaltning, förstärkt av när tyget i slutet reser sig till formen av titelns berg.
20210520
Peter Stenson, Danskonst
Monumentalt. Jefta van Dinthers Mountains.
Till ödesmättade hjärtslag i technobas tonar en värld fram belyst av vad som kunde vara en avlägsen sol, eller kanske lika gärna en pannlampa i ett grottlandskap. I Jefta van Dinthers Mountains skiftar scenografin oupphörligt genom den sofistikerade ljussättningen. Det som först liknade isberg i miniatyr förvandlas till nya formationer och skepnader inför våra ögon. Precis som på den jord vi i verkligheten befinner oss på.
Det är svårt att inte associera det som sker på scenen till en klimatdystopi. Men det är mer mångfacetterat än så. Vi tas här med till en plats som på samma gång för oss bakåt till tidens början som till dess, eventuella, framtid. Mountains är första delen av en kommande diptyk med den övergripande titeln On Earth I’m Done. Koreografen Jefta van Dinther som skapat verket i samarbete med dansaren Suelem de Oliveira da Silva, beskriver det som ”arkaisk-futuristiskt”.
Det är sällan man ser ett soloverk med en sådan monumental känsla som här. Inte bara beroende på dess mäktiga scenografi, ljud och ljus utan framför allt på Suelem de Oliveria da Silva. Hon är ingen trådsmal, eterisk varelse. Hon är snarare en junonisk kombination av Venus och Sisyfos. Hon rör sig ömsom som i seg materia, hårt arbetande och kämpande mot elementen, ömsom med en utlevande sensualism. Ibland ser det ut som hon vill krypa ur skinnet (eller sin röda kroppstrikå). Rätt vad det är liknar hennes gester en prästinnas besvärjelser. Här finns människosläktets öde och villkor ‒ arbete, kärlek, religion ‒ framställt i en och samma gestalt i komprimerad form.
Ett långt rör som da Silva blåser i som om det var en aboriginsk didgeridoo, förvandlas till mikrofon för da Silvas sång (hon sjunger också live i föreställningen), men framstår senare som en jättelik fallos för att till sist tjänstgöra som arbetsredskap. Likaså omvandlas så småningom hela omgivningen till en materia som upplöses samtidigt som den snärjer in henne i sina ”garn”. Men hon tar sig ur dem.
Jefta van Dinthers kalejdoskopiska koreografier handlar ofta om just förvandlingar, transformationer, och förenar simultant olika tidsskikt. I Protagonist (2016) letade han sig bakåt till cro magnon-stadiet med en estetik hämtad från Berlins klubbkultur och framställde ett slags identitetens upplösning. Dark Field Analysis (2017) kretsade kring liv, död och blod och gick från djuriska rörelsemönster till robotartade replikantlika.
Jag ser med spänning fram emot del två av On Earth I’m Done (är det Skaparen som talar?) som heter Islands och är ett verk för tretton dansare. Kommer de att klara sig med sin mänskliga uppfinningsrikedom eller väntar oss nu apokalypsen?
Project
On Earth I'm Done | Mountains by Cullberg
As human beings, we are perpetually haunted by our own implication in the nature-culture bind. Our unease is addressed downwards and upwards at the same time: to the unearthing of the ground as well as to the shrinking of the limitless sky.
In On Earth I'm Done: Mountains, van Dinther tackles the question of how to be and stay in love with our ever-changing world.
Through an expulsion of words, both familiar and foreign, the performer on stage acts as a conduit, lamenting on behalf of others. Their being unravels in the nexus between the physical, biological and anthropological - between gravitational forces, instinct and desire.
Credits
Choreography: Jefta van Dinther | Performed by: Agnieszka Sjökvist Dlugoszewska/Freddy Houndekindo/Marco da Silva Ferreira | Created with: Suelem de Oliveira da Silva | Sound design: David Kiers including specially composed music based on Window Sash Weights by Sun Kil Moon | Set design: Numen/For Use | Lighting design Jonatan Winbo | Costume: Jefta van Dinther and Suelem de Oliveira da Silva | Co-produced by: PACT Zollverein Essen, Freiburg Theater and Vitlycke – Centre for Performing Arts | Film in banner: Chimney | Other films: Team Tony, Herman Nygren and Oskar Hökerberg
Visuals
© Urban Jörén
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